Una sola vida, una sola muerte.
La pequeña madre Maasai, asistida por el Laibon, quien, anteriormente le entrego el rito de la fertilización, da a luz entre dolores y gritos, a un par de gemelos sietemesinos. Por un lado, fue buena señal, el parto prematuro, pues los gemelos, poseedores de una misma vida, nacieron con sus espaldas unidas permanentemente, el nacimiento en unos meses mas hubiera provocado la muerte de la mujer. La mujer, circuncidada un año atrás, no estaba segura de quien era el padre de las criaturas y había quedado embarazada antes de contraer matrimonio, sabiendo que sus hijos pertenecerían a su futuro marido.
El Laibon, predijo males, a la vista de este nacimiento. Sentenció la separación de los kanyaxe y la entrega de estos a Ngai, ”Engai ake naiyiola” (sólo Dios sabe) exclamó.
Cuando la pequeña madre estuvo sola, en la noche, a la espera de la llegada del día, momento en que los niños serían separados por el Laibon, aprovechando el silencio y la oscuridad, arrancó de allí llevándose a sus bebés. Se interno en las tierras de pastoreo, escondiéndose en la choza de uno de sus novios (el que mas amó), rodeada de un cerco de espinos. Allí quedó meses alimentándose de la sangre del único buey que poseían, la que mezclaba con leche de vaca, que obtenía del pequeño ganado alrededor. Así obtenía la energía necesaria para amamantar a sus kanyaxe, a los que mantenía desnudos y abrigaba con el calor de su cuerpo; los bebés no resistían el roce de las telas, pues se les salía la piel, entonces ella limpiaba con su lengua, con pañitos de seda untados en agua hervida, el cuerpo de los pequeños siameses. Cuando fue tiempo, comenzó a alimentarlos, poco a poco, con sangre de Buey, mezclada, primero con su leche y luego con la de vaca.
Así, los destinados a morir, crecieron fuertes y sanos; podían andar desnudos bajo la lluvia y nada les pasaba. Era divertido verlos correr, al principio torpemente se caían, pues tropezaban al no coordinar sus cuatro pies, luego, se turnaban, uno corría hacia adelante, el otro marcha atrás, logrando una velocidad increíble. Para trepar los árboles, eran monos-hormiga, al comenzar, uno colgaba de la espalda del que trepaba, al alcanzar las ramas, uno trepaba una rama, alzando al otro, luego el otro, trepaba una rama alzando al primero, y así, en movimiento de zig-zag. Para pasear, crearon una manera muy especial de caminar, como en círculos, una vez hacia adelante, una vez hacia el lado, contra las manecillas del reloj, porque de ese modo, ambos disfrutaban el paisaje en su plenitud. Los hermanos, quizás por no poder golpearse de puños, aclaraban sus disputas con discusiones verbales, a lo más unas pataditas y un par de tiradas de pelo, de este modo lograron dominar el arte de discutir y llegar a acuerdos. Dormían pocas horas seguidas, se acostumbraron así, pues debían dormir de costado, cuando requerían darse vuelta, se despertaban, para levantarse y cambiar de posición, por lo que, de ese modo llegaron a tener sueño de vigilia, lo que les permitía pensar y soñar mucho.
Ya en la pubertad, era claro que no serían altos, eran de baja estatura, pero poseedores de una agilidad y musculatura envidiables. Claro, que su familia, es decir su madre y el amante de su madre, los mantenían ocultos, por miedo a la gente, por miedo al Laibon. Cuando se requería, los gemelos, ya sabían, corrían a una especie de chimenea en el interior de la choza, trepaban por su interior y se mantenían ahí, apoyando sus cuatro pies y cuatro manos sobre las paredes, sin hacer ruido, hasta que se alejara el peligro. Luego, bajaban y continuaban su alegre vida, en ese mundo creado por ellos y su madre, en las tierras de pastoreo, junto a su buey y el resto del ganado.
Alejados de los acontecimientos políticos que afectaban a su pueblo, no advirtieron las amenazas a su vida tradicional. Quienes desde siempre, de modo natural y por deseo de Ngai, que separo el cielo y la tierra, y entregó el ganado a los Maasai para que cuidaran de el, quienes mantuvieron las tierras de pastoreo, como las más fértiles, las mas productivas, ahora se les prohíbe usarlas, pues el gobierno las expropia para incentivar el eco-turismo. Y son hermanos suyos, maasai de milenaria tradición guerrera, convertidos en brazo armado de la represión del gobierno, los que aseguran se aplique el robo de las tierras de pasto.
Alejados de la realidad, esta les llego como plaga, como hambruna, murió poco a poco el ganado, ya no hubo que comer. Se enfermo la madre, de pena al perder su mundo, ya no tuvo fuerzas para vencer la malaria. Una noche de agosto, los gemelos encendieron la pira mortuoria y se despidieron de su “laga” con una bebida roja que prepararon con sabia de acacia.
Juraron vengar la muerte de sus tradiciones y comenzaron su aislamiento, a dieta de carne y sopa, para convertirse en los mejores y más temidos ladrones de ganado de todas sus tierras. Mientras el eco-turismo avanzaba sobre su pueblo, los gemelos siameses, arrasaban los pastoreos de latifundistas y empresas del gobierno. Una veces eran expertos sigilosos, que ganaban la confianza del ganado, el que en silencio les seguía por los pastos, otras veces, se vestían de guerreros, adornándose con plumas de Avestruz y melenas de León, pintando su cuerpo y cara con tiza blanca, ocre y ceniza negra. Cuatro piernas, cuatro brazos, dos personas y un solo corazón, derribaban cercos, enfrentaban las milicias, corrían invisibles al alcance del fusil, llevando su botín al Laibon, para repartirlo a las familias arrasadas por la furia del poder.
Inútil todo intento de cazar a los siameses, su fama creció, tanto, que afecto la estabilidad del joven estado, otras etnias siguieron su ejemplo; más, el gobierno favoreció a algunos Kalenjin y Maasai, convirtiéndolos en mercenarios a su servicio, produciendo tales tensiones étnicas, que toda la zona esta al borde de la guerra civil.
Desde 1985, nunca más se ha visto a los siameses, unos dicen que un hermano enfermó de malaria, una sola vida, una sola muerte. Otros, dicen que el día que las etnias se levanten en armas, para reconquistar las tierras de pasto, para alimentar al ganado que les dejo al cuidado Ngai, ese día, se verán cuatro pies, cuatro manos, dos cabezas y un solo corazón, beber la bebida roja, preparada con sabia de acacia, para abrazar el aislamiento, que precede a la batalla por el ganado; dando sentido a lo que 45 años atrás vomitó el Laibon: ”Engai ake naiyiola”.
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