¡Oh, Dios Mío!
¡Oh, Dios mío!
“En ti, oh Jehová, me he refugiado; no sea yo avergonzado jamás. Líbrame en tu justicia. Inclina a mí tu oído; líbrame pronto. Sé tú mi roca fuerte, mi fortaleza para salvarme. Porque tú eres mi roca y mi fortaleza, por amor de tu nombre me guiarás y me encaminarás”.
Y después de tantos años vienes a mí, figura manchante,
a borrar lo extraño, de cuanto sentí, todo lo mancillaste.
No es que fallaste, hermano, sino que por ti, mentí,
por no hallarte, por lo que faltaste, hiero mi mano, por lo que perdí.
Lastima que no percibí, una lágrima, ni quebrarte, ya todo es vano,
solo sé que perdí, la luz en mi mente, ahora veo gusanos.
Y después de tantos años, sigues con él, arrodillándote,
besando sus manos, acariciando los nudos de un cordel, como si estuviese perdonándote.
Y no estoy reclamándote, los años, junto a aquél,
sino recordándote, los daños, que justificas con un rey de Israel.
Lastima que bebí de tu miel, queriendo y amándote, regalando mi mano,
ahora quiero el cordel, que tanto amarraste, que devuelva mi juicio sano.
Tanto amor desvanecido, tanta juventud que robaste, tanto de lo tuyo que ahora crío,
que me siento vencido, al volver a escucharte, gritar con orgullo ¡Oh, Dios Mío!
Ya no me fío, de ser bendecido, por tu parte,
más bien tomo el desvío, y agradecido, quizás logre apartarte.
Nunca más amarte, para no sentir el frío, de tu cuerpo perdido,
tan solo gritarte, ¡Oh, Dios Mío!, cuanto has herido!
Tanta moral que implantaste, por años a tu dios, ¡vendido!, fueron tantos,
que ahora, al vivir lo que lograste, me siento perdido, son muchos los llantos.
Mas ahora mi locura implanto, para recuperar lo que robaste, lo que mucho he querido,
el amor natural planto, para extirparte, árbol podrido.
Que nadie logre amarte, ni seas redimido, mientras seas espanto,
y puedas solo a ti gritarte, en silencio tu temor reprimido, y por fin de otras almas escuchar su canto.
Hace falta tanto...
¿Nada has aprendido?, de tus llagas?, de tu canto?,
¿De que ha servido?, tus mandas?, tus santos?.
Deja el cordel que acaricias tanto, si también ya estas vencido, hagas lo que hagas,
quizás devuelvas el llanto, a quien lo ha perdido, llanto que hace falta, quizás al terror apaga.
No será su mano maga, solo veras el quebranto, de tu dios que has vendido,
¡ni el odio se amaga, ni el temor es encanto, somos muchos los vencidos!.
Quisiera, una vez más, solo una vez mas, oírte gritar, escucharte decir
¡Oh, Dios Mío!
Para en ese momento, solo esa vez, no mas aclararte,
Que en lo que sembraste, en lo que anudaste, en lo que robaste, en lo que mentiste,
Recordarte, que en lo tuyo:
!tu Dios no tuvo ni voz ni parte!.
“En ti, oh Jehová, me he refugiado; no sea yo avergonzado jamás. Líbrame en tu justicia. Inclina a mí tu oído; líbrame pronto. Sé tú mi roca fuerte, mi fortaleza para salvarme. Porque tú eres mi roca y mi fortaleza, por amor de tu nombre me guiarás y me encaminarás”.
Y después de tantos años vienes a mí, figura manchante,
a borrar lo extraño, de cuanto sentí, todo lo mancillaste.
No es que fallaste, hermano, sino que por ti, mentí,
por no hallarte, por lo que faltaste, hiero mi mano, por lo que perdí.
Lastima que no percibí, una lágrima, ni quebrarte, ya todo es vano,
solo sé que perdí, la luz en mi mente, ahora veo gusanos.
Y después de tantos años, sigues con él, arrodillándote,
besando sus manos, acariciando los nudos de un cordel, como si estuviese perdonándote.
Y no estoy reclamándote, los años, junto a aquél,
sino recordándote, los daños, que justificas con un rey de Israel.
Lastima que bebí de tu miel, queriendo y amándote, regalando mi mano,
ahora quiero el cordel, que tanto amarraste, que devuelva mi juicio sano.
Tanto amor desvanecido, tanta juventud que robaste, tanto de lo tuyo que ahora crío,
que me siento vencido, al volver a escucharte, gritar con orgullo ¡Oh, Dios Mío!
Ya no me fío, de ser bendecido, por tu parte,
más bien tomo el desvío, y agradecido, quizás logre apartarte.
Nunca más amarte, para no sentir el frío, de tu cuerpo perdido,
tan solo gritarte, ¡Oh, Dios Mío!, cuanto has herido!
Tanta moral que implantaste, por años a tu dios, ¡vendido!, fueron tantos,
que ahora, al vivir lo que lograste, me siento perdido, son muchos los llantos.
Mas ahora mi locura implanto, para recuperar lo que robaste, lo que mucho he querido,
el amor natural planto, para extirparte, árbol podrido.
Que nadie logre amarte, ni seas redimido, mientras seas espanto,
y puedas solo a ti gritarte, en silencio tu temor reprimido, y por fin de otras almas escuchar su canto.
Hace falta tanto...
¿Nada has aprendido?, de tus llagas?, de tu canto?,
¿De que ha servido?, tus mandas?, tus santos?.
Deja el cordel que acaricias tanto, si también ya estas vencido, hagas lo que hagas,
quizás devuelvas el llanto, a quien lo ha perdido, llanto que hace falta, quizás al terror apaga.
No será su mano maga, solo veras el quebranto, de tu dios que has vendido,
¡ni el odio se amaga, ni el temor es encanto, somos muchos los vencidos!.
Quisiera, una vez más, solo una vez mas, oírte gritar, escucharte decir
¡Oh, Dios Mío!
Para en ese momento, solo esa vez, no mas aclararte,
Que en lo que sembraste, en lo que anudaste, en lo que robaste, en lo que mentiste,
Recordarte, que en lo tuyo:
!tu Dios no tuvo ni voz ni parte!.
Comments
¿lo escribiste tu?
me encantó en todo caso...
...el enfrentamiento entre el hombre y sus miedos constituye un tópico clásico por sí solo, sin verse trillado..
muy bueno
es tuyo?
de verdad?
super distinto
un abrazo
Gracias, me regocijo cuando me lees.
Un abrazo
PD. No esta tu, en ese texto, en todo caso y en ningun caso.